“Velázquez es decididamente el pintor de los pintores. No me ha sorprendido, me ha extasiado.” Tras visitar el Museo del Prado en Madrid, el pintor francés Édouard Manet no pudo sino dedicar estas palabras a una de las principales figuras de la historia del arte: el pintor sevillano Diego de Silva Velázquez.
Velázquez nació en la bulliciosa Sevilla de finales del siglo XVI. 11 años tenía cuando comenzó su aprendizaje en el taller del que sería su sue-alunamagro, Francisco Pacheco. Durante esta etapa sevillana, el joven pintor plasma en sus lienzos escenas religiosas, bodegones, la vida cotidiana y retratos. El naturalismo tenebrista, con sus pronunciados claroscuros y su profundo realismo, está presente en estos primeros años de su trayectoria artística que nos deja obras maestras como “Vieja friendo huevos” y “El aguador de Sevilla”.
Sevilla, a pesar de su intensa vida social, cultural y artística,no pudo retener por mucho tiempo al genio – el objetivo era ser pintor de la corte. La oportunidad se presentó con la muerte de uno de los pintores del rey, situación que Velázquez aprovechó para hacerse conocer a través de un retrato de Felipe IV. El monarca no tardó en reconocer el talento del que pronto se convertiría no solo en su pintor de cámara, sino en su gran amigo. Así comienza la segunda etapa artística de Velázquez, plagada de retratos al soberano, quien ya no posaba para ningún otro pintor, a miembros de su familia o a ilustres figuras de la época como el Conde Duque de Olivares. Aunque no solo hizo retratos, también creó extraordinarias obras de contenido mitológico como “El Triunfo de Baco”, cuadro conocido popularmente como “Los borrachos”.
1628 será un año importante para Velázquez. Es la fecha en la que el pintor Pedro Pablo Rubens llegaría a la corte de Madrid en misión diplomática. Gracias a la influencia del artista flamenco, el sevillano decidió visitar Italia donde permaneció dos años. Allí pudo contemplar el arte renacentista de grandes maestros como Tiziano, Tintoretto, Miguel Ángel, Rafael o Leonardo. Empapado de la corriente italiana, sus obras ganan en luminosidad y color; “La túnica de José” o “La fragua de Vulcano” son una notable muestra de este cambio en el estilo del pintor.
Al cabo de estos dos años, Felipe IV reclama a su artista predilecto, quien regresará a Madrid para continuar con nuevos retratos de la familia real y de la corte madrileña, como su emblemática serie de bufones, además de elaborar notables trabajos decorativos para los palacios de la Torre de la Parada y del Buen Retiro. Para este último realizará retratos ecuestres, como el del heredero al trono Baltasar Carlos, y escenas de batallas entre las que destaca “La rendición de Breda”, una de las composiciones históricas más célebres del arte barroco español. Durante estos años, la obra de Velázquez alcanza una absoluta madurez; de esta etapa son “El Cristo Crucificado” o “La Venus del espejo”. Sus retratos, tanto de personajes ilustres como cotidianos, reflejan la personalidad del retratado que se revela en el lienzo a través de la naturalidad de los gestos y la profundidad de la mirada.
A mediados del siglo XVII Velázquez regresará a Italia para comprar obras de arte.En Roma, recibiría uno de sus mayores honores como pintor: es aceptado como miembro de la Academia de San Lucas. Durante su estancia en la ciudad eterna creará además dos de sus retratos más excepcionales, el del esclavo Juan de Pareja y el del Papa Inocencio X.
Su regreso a España marca el inicio de su última etapa como pintor, una etapa que nos dejaría obras excepcionales y definitivas como el cuadro mitológico de “Las hilanderas” o el famoso retrato de “Las Meninas”. Durante estos años, Velázquez conseguirá otra de sus grandes ambiciones: la prestigiosa Orden de Santiago. El pintor sevillano trabajará en la corte hasta su muerte, en agosto de 1660. El Siglo de Oro español se despedía de uno de sus mayores genios cuyo legado, incomparable e irrepetible, continúa maravillando a las nuevas generaciones.
Press play to listen to the article: